Fruta y verdura con formas imperfectas, excedentes de producción, sobras de un menú, envases defectuosos o a punto de caducar… Son algunas de las razones por las que cada día muchos alimentos acaban en la basura.
Nos pasamos la vida repitiendo aquello de que «está feo tirar comida», pero la realidad es que sí la tiramos, y además en gran cantidad: en España cada año 7,7 millones de toneladas van a parar al contenedor.
Se desechan productos perfectamente comestibles a lo largo de toda la cadena. Desde el campo a la mesa, uno de cada tres alimentos. Un despilfarro que el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación quiere combatir con la futura Ley de prevención de las pérdidas y el desperdicio alimentario. Seremos el tercer país de la UE -tras Italia y Francia- que regula la generación de este tipo de residuos.
«En España se estima que podría haber cuatro millones de personas en situación de inseguridad alimentaria, mientras que en este mismo país sólo en los hogares se están tirando 1.200 millones de kilos de comida cada año», asegura María González, directora de Enraíza Derechos, una ONG que lleva investigando las causas y las consecuencias del desperdicio alimentario desde 2015.
«El dato de uno de los últimos informes de la Unión Europea es también abrumador», dice González. «En la UE tiramos más comida de la que importamos. Es decir, estamos comprando comida del exterior para luego desperdiciarla».
Para Kilian Zaragozá, creador de Naria, una plataforma digital que trabaja para reducir el hambre y desperdicio de alimentos,»la ley lo que va a hacer es marcar unas reglas del juego, pero esas reglas del juego sólo se podrán cumplir si todos los eslabones de la cadena tenemos la sensibilización y la conciencia apta para que eso se dé. Y obviamente la sociedad y los hogares somos un eslabón muy importante».
Se tiran 28 kilos de comida al año por persona
Los hogares -según datos del Ministerio de Agricultura- generamos el 40% del desperdicio total: tres de cada cuatro familias tiran comida. 28 kilos al año por persona. La futura ley deja en manos de empresas y administraciones la iniciativa de sensibilizar al consumidor.
Aunque cada vez son más, como Marcela Medina, los que van tomando conciencia por su cuenta para evitar malgastar alimentos: «Cuando me independicé la verdad es que tiraba bastante, porque vivía sola. No estaba acostumbrada a cocinar para mí, así que no sabía cuántas raciones preparar o cómo de grandes iban a ser», reconoce. «Poco a poco fui implementando técnicas. Empecé a congelar comida y me compré tápers que fueran del tamaño de la ración que yo iba a comer, por ejemplo».
El 80% de lo que se va a la basura en nuestras casas es fruta y verdura, que también se tira en el campo, por razones que van desde el exceso de oferta a la estética. Hortalizas sanas, pero «feas» que las tiendas rechazan y que son el centro del negocio de Talkual, una empresa de Lleida que compra lo que los agricultores desechan para venderlo por internet a menor precio.
Marc Ibós y Oriol Aldomá son sus creadores: «siempre se desperdicia el que tiene un calibre pequeño, o demasiado grande, o tiene una forma rara«, dice Marc. «Por ejemplo, un calabacín que no está recto ya no lo quieren porque las superficies trabajan con estándares. Es mucho más fácil apilar cajas de calabacín recto que calabacín torcido», explican los creadores de Talkual. «Los árboles no producen clones y no están exigiendo eso».
En Talkual manejan solo producto nacional y de temporada, que venden en cajas a través de un sistema de suscripción. Así, han rescatado más de un millón de kilos de hortalizas de todo tipo: zanahorias con formas extrañas, kiwis un poco ‘achatados’, o naranjas algo ennegrecidas por fuera: «Son de un agricultor de aquí cerca», nos cuenta Marc. «Por fuera tienen esta especie de melaza, pero si la abres, está perfecta».
Se tira la que cae al suelo porque no es rentable cogerla
La persona detrás de esas naranjas es Josep Olivas. Un agricultor ecológico de la comarca del Baix Ebre, en Tarragona. Sus frutos son grandes y jugosos, pero tienen manchas producidas por la mosca blanca, una plaga que afecta a los cítricos. Con esa excusa, los supermercados rechazan sus naranjas.
«Realmente es un poco feo, pero claro, como estamos tan mal educados los consumidores pensamos que esto es algo muy grave», lamenta Josep. «El comercio, por supuesto, se aprovecha de esto y deprecia el fruto. Dice que esto es destrío, que cuesta mucho limpiar las naranjas… aunque basta un poco de agua para limpiarlas».
Para dar salida a sus cítricos, Josep ha optado por venta directa. Aun así, reconoce que un 10% de cada cosecha se acaba tirando: «Si tienes transporte, lo que se tira va a la fábrica de zumos o para alimentar al ganado. Tirar, se tira la que cae al suelo porque no es rentable cogerla. Antes se cogía, ahora no».
La ley de desperdicio animará a los comercios a ofrecer este tipo de frutas imperfectas. También, incentivar con descuentos la compra de alimentos cercanos a caducar. Algo que ya hacen la mayoría de las grandes superficies, como el grupo Alcampo.
En esa cadena de supermercados, según nos explica Yolanda Fernández, su directora de responsabilidad social corporativa, utilizan los subproductos cárnicos y vegetales para elaborar pienso para mascotas y compost que venden bajo su propia marca. Otros alimentos, explican, se descartan por defectos en el envase: «Por ejemplo, un producto con envase de cartón, si está dañado el envase, ya no lo podemos comercializar. Son productos que son aptos para el consumo, pero no la venta», dice Fernández.
Los productos dañados acaban en los bancos de alimentos
Esos productos dañados acaban en los bancos de alimentos. Será la principal prioridad de la futura ley: obligará a todos los agentes de la cadena alimentaria a dar salida a sus excedentes a través de la donación. Porque el reverso del desperdicio es el hambre. Una ‘cara b’ que la Red de Recuperación de alimentos de Rivas Vaciamadrid conoce bien. Sus voluntarios recorren los ‘súper’ de la zona para recoger lo que les sobra, y con lo donado elaboran cestas de la compra solidarias que distribuyen en su local cada quince días. Así, proporcionan ayuda alimentaria a unas trescientas familias desfavorecidas.
La normativa obligará a donar siempre que se pueda. Cuando no sea posible, los agentes de la cadena alimentaria deberán transformar sus alimentos sobrantes pero que siguen siendo aptos para el consumo humano, en otros productos alternativos como zumos o mermeladas.
En segunda instancia, destinarlos a la alimentación animal y la fabricación de piensos, o como subproductos en otra industria. Y como último recurso, reciclarlos para obtener compost o fertilizantes. No cumplir con esta jerarquía de obligaciones conllevará sanciones de hasta 500.000 euros.
Además, todos los eslabones de la cadena deberán tener un plan para prevenir las pérdidas. Algo que en la práctica muchos establecimientos ya hacen de un modo u otro. Darío Marcos, dueño de una panadería en Madrid, vende lo que a veces se queda en el mostrador a través de la app Too Good to Go.
«Nosotros vendemos el pan fresco del día», cuenta. «Si nos sobra, lo vendemos al día siguiente también con un poco de descuento y si vuelve a sobrar, que es poco probable, ya lo incorporamos a packs para la aplicación». El funcionamiento de la app es sencillo: «Pone en contacto a consumidores con establecimientos que tienen excedente de producto al final de un día«, explica Victoria Albiñana, responsable de relaciones institucionales de Too Good to Go.
«El usuario se conecta a la aplicación, comprueba los establecimientos que tiene cerca y si se puede acercar a rescatar lo que nosotros llamamos un pack sorpresa». La app nació en Copenhague en 2016 y aterrizó en España en 2018. «Desde que empezamos a operar hemos salvado 11 millones de packs, lo que equivale a 11.000 toneladas de alimentos«, aseguran desde Too Good to Go.
Facilitar al consumidor que pueda llevarse las sobras
La futura normativa también contempla obligaciones específicas para las empresas de hostelería y restauración: tendrán que facilitar al consumidor que pueda llevarse las sobras, sin coste adicional, en recipientes reutilizables y reciclables. Además, deberán de informar de esa posibilidad de forma clara, reflejándolo, por ejemplo, en la carta o el menú.
Luis Miguel Moreno, cocinero de Diurno, un restaurante del centro de Madrid, asegura que en su local son pocos los que se animan a pedir las sobras. «Quizás por vergüenza o porque a lo mejor se van a algún sitio y no quieren cargar con la bolsa con la comida todo el día».
El proyecto de Ley de Prevención de las Pérdidas y el Desperdicio Alimentario se aprobó en junio de 2022 en el Consejo de Ministros. Se espera, según fuentes de Agricultura, que entre en vigor antes de que termine la legislatura, pero aún está pendiente de su tramitación parlamentaria.
En esta fase, las organizaciones sociales piden mejoras en el texto, que consideran poco ambicioso. «Se ha perdido una gran oportunidad», sentencia María González, de Enraíza Derechos. La principal crítica es que le ley se centra en gestionar los excedentes de alimentos, pero no en prevenirlos.
Otro punto clave, a su juicio, es que la normativa no obliga a los agentes de la cadena a cuantificar su desperdicio. «Para nosotros es fundamental que haya un buen diagnóstico del problema, porque para aportar soluciones tenemos que conocer el problema en profundidad».
También creen necesario trabajar en el eslabón de los hogares: dar pautas de consumo responsable «como planificar los menús, ir a la compra siempre con listas y no sucumbir a estas ofertas comerciales que nos pueden estar haciendo comprar más de lo que necesitamos, que luego va a acabar en la basura», aconsejan desde Enraíza.
«La alimentación está muy descuidada en los hogares por el tipo de vida que llevamos y necesitamos tiempo para planificar, para comprar organizadamente, para cocinar y para hacer luego una gestión posterior adecuada de los alimentos».
Con lo que el mundo echa al cubo, podría alimentarse tres veces a los 800 millones de personas que pasan hambre. Quizás sea el mayor reto de nuestra época: lograr que la comida que sobra acabe en esos estómagos y no en la basura.